De elecciones en el Kurdistán
03/11/2015
El viaje ha resultado en un cursillo de inmersión lingüística en catalán durante 4 días. Me ha venido muy bien para practicar la lengua. Incluso la traductora Genus, una turca que vive en Tárrega, traducía directamente al catalán.
Agri se encuentra en el extremo nororiental de Turquía, a poco mas de una centena de kilómetros de la frontera armenia e iraní. De hecho el símbolo nacional armenio, el monte Ararat, está en provincia de Agri. Actualmente los kurdos son mas del 90 % de la población, pero hace cien años eran los armenios la etnia mayoritaria. Hoy apenas queda alguno.
Agri es la zona mas pobre de toda Turquía y se nota en las calles sucias y destartaladas, con zonas donde modernos edificios conviven con chabolas y casas avejentadas. No tiene el centro de Agri ninguna cosa digna de destacar aparte del bullicio de sus calles típico de esta zona del planeta.
La suciedad en las calles y solares, con restos de plásticos y otros residuos esparcidos por doquier, llama la atención a cualquier europeo. No me es nuevo, ya lo había visto en Diyarbakir el año pasado.
El paisaje, una planicie desnuda, salpicada de aldeas y rodeada de montañas nevadas, despojado de árboles excepto en las proximidades de casas y núcleos habitados, da una imagen cierta de la rudeza de la vida en esta región. El mismo rio que atraviesa el centro de la planicie por la que discurre la carretera de cuatro carriles que no lleva a Dogubayzit, carece de bosque de rivera.
El chofer despojado del cinturón de seguridad y con el del copiloto bloqueado por una pieza ad hoc, vuela por la carretera a velocidades de 150-160 km/h que en alguna ocasión han alcanzado los 190. Despreocupado por la velocidad, habla por el móvil de vez en cuando. Seis personas nos apretamos en un Opel Vectra.
Las mujeres de toda edad con el cabello tapado y vistiendo largas prendas tipo gabardina son la mayoría, pero chicas jóvenes con el pelo al aire y apretados vaqueros también se ven. No obstante no parece que el llevar el tradicional pañuelo a la cabeza sea solo una cuestión de edad.
Sorprendentemente, las pescaderías y los puestos ambulantes de pescado abundan. Anchoas, doradas, lubinas y verdeles son ofrecidos a los viandantes. Parecen frescos a pesar de la lejanía del mar, el Negro, y lo precario de las infraestructuras.
En el Kurdistán se fuma y mucho. Mujeres y hombres fuman como carreteros en calles, restaurantes y cafés. No recuerdo haber visto mujeres con pañuelo fumando. Quizás la liberación de la tradición va de la mano con el fumar. En el moderno aeropuerto, declarado espacio libre de humos, los fumadores se juntan el los lavabos a inspirar e expirar, clandestinamente, el humo. ¡Cómo en mis tiempos de escuela!
Estos kurdos son gente amable y simpática. No hay modo de comunicarse con ellos, incluso los conserjes del hotel, que no desmerece de cualquier hotel europeo, con gimnasio y piscina que he aprovechado, no balbucean mas que algunas palabras. Sonrisas y apretones de mano hacen de medio de comunicación. Recuerdo especialmente la mirada triste de aquella señora, uno de los responsables del HDP en Dogubayzit, cuando nos contaba como había perdido a su hija en la guerra en Rojava y a su hijo en las montañas cercanas.
Las elecciones han pasado. Ahí están la vivencias políticas que ya he contado en twitter y el la web de Aralar. Ahora se abre un tiempo de incertidumbre sobre el futuro de Turquía y el rumbo que tomará Erdogan. Algunos, piensan que estos meses han sido un paréntesis utilizado por el gobierno turco para reforzar su posición, y que una vez reforzada, ahora se retomará el proceso de paz. Esperemos que así sea no solo por el bien del pueblo sino también por nosotros los europeos.